dissabte, 31 de maig del 2014

Sobreviviendo

Un día de noviembre, ella llegó a casa totalmente agotada. Con sus ojeras permanentes y ese dolor abrumante que se focalizaba en el ceño y se extendía por todo su cráneo. Necesitaba horas y horas de descanso, todas las que no había tenido. Porque sus ojos la delataban, con ese brillo y rojez de agotamiento. Después de soltar un par de mentiras que daban a responder preguntas sobre su estado de ánimo, espero a quedarse sola en su casa y se dejó caer en su cama. Agotada, literalmente a trozos. 
Y después de mucho tiempo sin hacerlo, durmió de un tirón un par de horas, esta vez sin pesadillas, sin ningún tipo de sueño. Cuando despertó, seguía estando sola, preguntándose si alguna vez dormiría como esta última. Decidió relajarse, ignorando todos sus deberes y obligaciones. Dejó su cuerpo al desnudo enfrente del espejo y, al ver su reflejo, apartó la mirada lo más rápido posible. No le era agradable el hecho de contemplarse mucho rato. Se sumergió en el agua hasta el cuello, totalmente estirada, encendió un cigarro y se preguntó varias veces a si misma cuanta gente le echaría de menos si en ese momento hubiese sumergido su cabeza para siempre, dejando que el agua inundase sus pulmones. Cuando terminó su baño acompañado de humo, abrió la ventana para ventilar el lugar. Miró a través de esta y calculó cuantos metros de caída podrían haber por si algún día decidía saltar y dejarse la cara en el asfalto. De lo más macabro. Un rato despúes, su cena fue servida en la  mesa y, en cuanto vio ese manjar que tanto ansiaba pegar bocado, contó las calorías a la velocidad de la luz y rápidamente fingió un dolor de estomago enorme. 
Entonces, Cuando todos descansaban, ella contemplaba el techo de su habitación. Cuando conseguía conciliar el sueño, las pesadillas volvían, y ella, asustada, se cubría con todas las sabanas y fundía su cara en la almohada. Y se encontraba sola, sin distracción alguna, asustada. Y así era su rutina. Sobrevivir al día, y aún peor, a la noche. 

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